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Hace 40 años

Nito Mestre cuenta la intimidad del Adiós Sui Generis

Luna park, 05/09/'75: con dos recitales, Charly y Nito disolvían el dúo Sui Generis, que había llevado al rock nacional a la masividad. Ahora Mestre escribe sobre la separación del legendario grupo de rock.-.

A fines de 1974 me empecé a aburrir de Sui Generis.

La prueba se ve reflejada en unas carpetas que estaban perdidas y encontré, vía Facebook 40 años después. Ahí juntaba las notas de prensa, afiches y un poco de todo, y casualmente, quedaron registros solamente hasta noviembre de 1974. Ese año habíamos presentado La Biblia, un proyecto en el que habíamos invertido mucho tiempo y energía que le habíamos restado a Sui Generis.

En esa época lo que más queríamos era salir de una vez por todas a tocar al exterior porque hacíamos unas rondas que eran monótonas, siempre iguales: tocábamos en Rosario, Santa Fe, Córdoba, Tucumán, Mendoza, Buenos Aires, Gran Buenos Aires y los alrededores y luego, otra vez la misma vuelta. Una sola vez habíamos viajado a Chile y otra a Uruguay. Nada más.

Además, el sonido era otro problema, porque era muy malo. No había monitores. Nos pasó lo mismo que a Los Beatles: la gente cantaba más fuerte que nosotros y nosotros no nos escuchábamos. Artísticamente eso no era para nada bueno.

En marzo del 75 hicimos un Gran Rex. Con Charly nos veíamos muy poco. Solo los fines de semana para tocar. No pasaba nada nuevo y entonces, como último intento, planeamos hacer unos shows los domingos de julio, por la mañana, en el Teatro Astral, para que fueran a vernos los chicos a los que no dejaban salir de noche.

 

Backstage. Nito y Charly, de frac blanco y galera

En el primer show salió todo mal. El sonido estuvo horrible, fue un día de lluvia y no vino mucha gente. Para colmo, a nuestro bajista, Rinaldo Rafanelli, se le rompieron dos cuerdas, algo que no pasa nunca. Ese fue el día en que, por fin, con Charly decidimos separarnos.

Cuando le avisamos a Jorge Alvarez, nuestro productor, él nos dijo: “Ustedes no pueden separarse así nomás”. Y de ahí salió la idea de un recital, disco, película, y el adiós. Todo en el estadio Luna Park, que nos parecía inalcanzable. Con este proyecto en la mira, nos empezamos a llevar mejor.

Tuvimos entre julio y septiembre para organizar todo y nos dijimos: ‘Vamos a tirar toda la carne al asador’. Ensayar, vernos más… Y llegó el día. Aquel 5 de septiembre de 1975. Jamás me hubiera imaginado cómo nos marcaría ese Adiós.

Todo salió mejor de lo esperado. Fue como renacer. Pero en realidad, Sui Generis no terminó en el Luna Park. 

Tan así es, que Charly me dijo: “¿Y si seguimos?” Habíamos empezado a grabar otro disco y a tocar en otras ciudades pero “el de arriba” tenía otros planes.

Salimos en una gira que se había vendido de antemano. Fuimos al sur, tocamos en Comodoro y después en Caleta Olivia, en un gimnasio; un show muy frío, tirando a feo, en el que habría solo unas 300 personas.

 Sui Generis fue el sueño de dos chicos que se habían conocido en el secundario. Con clásicos como Canción para mi muerte o Rasguña las piedras y una evolución hacia un rock eléctrico de denuncia es parte insoslayable de la cultura nacional.

     

un presagio… Yendo para el aeropuerto, la camioneta con nuestros equipos tuvo un accidente y se hicieron bolsa un montón. Encima en el mismo aeropuerto, a Charly le robaron el Mini Moog. Fue una señal contundente. Teníamos más shows vendidos pero ya estábamos sin equipos y mal predispuestos. Parecía imposible. Así que se acabó.

Se cortó Sui Generis, pero yo me fui a vivir al departamento de Charly en la calle Cucha Cucha. Estuvimos ahí dos meses: se le vencía el contrato y no se lo querían renovar. Empezamos a buscar algo para alquilar ya que la grabadora nos salía de garante, buscábamos una casa con dos entradas para que cada uno hiciera su vida y cada uno pudiese armar su nueva banda con el apoyo del otro pero sin la contención de “Papá Sui”.

Pero la verdad es que en 1975, ¿quién le hubiera alquilado algo a dos tipos con una pinta como la nuestra? Nadie.

No importaba que fuésemos Sui Generis y hubiésemos llenado dos veces el Luna Park en una misma noche.

Así que, mientras seguíamos buscando, nos fuimos a vivir a un hotel que todavía existe y está igual: el Impala, en Arenales y Libertad. Ahí estuvimos dos meses y medio, en el segundo piso, cada uno en su cuarto. Charly armó La Máquina de hacer pájaros y yo los Desconocidos de Siempre. Yo le mostraba a Charly mis cosas mientras él cruzaba de habitación a grabar Cómo mata el viento norte que está en el primer disco de la Máquina.

Nito y Charly se despidieron con dos shows en una noche, disco doble y película.

Creo que estuvimos en el Impala hasta el 15 de marzo del ‘76. Salía una fortuna. Venía todo el mundo a comer y nosotros cargábamos todo a la cuenta, que llegó a hacerse casi impagable. Había llegado el momento de irse. De hecho, dejé mi cámara Asahi Pentax en parte de pago y le pedimos un adelanto de regalías a Mario Kaminsky, de Microfón, para cancelar la deuda.

Yo me fui a la casa de Mema, una amiga, y Charly a la casa de una chica que salía con su hermano. En el hotel la pasamos bomba pero nos habíamos pateado toda la guita que habíamos ganado en el Adiós…

Espiando a la multitud. Para nosotros, la noche del adiós en Luna Park había sido increíble, mágica y fue el primer recital masivo en la historia del rock nacional.

Yo tenía 23 años.

Me acuerdo que el día del show había alquilado una habitación en un hotel a la vuelta del Luna. La primera imagen que tengo de ese 5 de septiembre fue que bajé de la habitación del hotel, supongo que a desayunar, y vi gente que ya estaba haciendo la cola para el show de la noche.

La segunda, fue al entrar por una puerta de Bouchard, y ver que adentro no pasaba nada. Qué sensación fría. Nunca me hubiera podido imaginar lo que habría de pasar después. Recuerdo que simplemente pegué un grito tipo “Aaaahhhhh” para chequear el eco.

Se separaron en el ‘75 con show en el Luna y película. En 2000 volvieron con el disco Sinfonía para adolescentes y shows masivos en la cancha de Boca y el Parque Sarmiento.

 

Después tengo la vaga noción de haber empezado a probar sonido. Habían montando las cámaras para hacer la película aunque todavía no habíamos firmado contrato. Me acuerdo que el escenario era bajito. Charly y yo, apoyados sobre él, conversando. Llegó el abogado del productor de la película y nos dijo algo como: “Acá esta el contrato con el 7 por ciento para ustedes”. Nosotros lo rechazamos y le dijimos: “No, no, andá que es poco”. A la media hora volvió con algo como un 12 o 14 por ciento.

Nos pareció bien y firmamos. Nos guardamos cada uno una copia del contrato en el bolsillo y al rato ambos la habíamos perdido. Teníamos la cabeza en otra cosa.

Otra imagen que tengo muy grabada: antes del comienzo del primer show me asomé por el telón de atrás del escenario y empecé a ver a la gente, era impresionante, no cabía un alfiler. Lo llamé a Charly y le dije: ‘¡Vení a ver esto!’ Y nos quedamos los dos mirando sin poder creer lo que habíamos generado.

Hicimos dos shows el mismo día. En el primero todo pasó muy rápido, había 15.000 personas escuchándonos y otro tanto afuera esperando la segunda función. Toda la situación era algo inusual.La puesta en escena no tuvo nada fuera de lo normal; las luces las hizo el grupo chileno Los Jaivas y el sonido fue de Teddy Goldman. Yo usé unos pantalones que me había bordado un amiga y la túnica roja que alguien me había traído de la India. Charly se había alquilado el famoso frac blanco y la galera.

El después. Viví los dos shows como uno muy largo. Tocamos los mismos temas, excepto que agregamos Botas locas en el segundo; por cantar ese tema habíamos ido presos en Uruguay un mes antes y nos dijimos: “Si nos viene a buscar la cana que no sea en el primero, y si viene en el segundo y nos llevan, al menos terminamos las funciones”. Hubiese sido una noticia extra terminar el Adiós presos. Por suerte no pasó nada.

Después de los shows, dejamos pasar un buen rato para que la gente se fuera. Creo que Charly se fue con su mujer, María Rosa Yorio, y Dianalia, una amiga, caminando por Corrientes a comer a Edelweiss o a alguno de los lugares adonde íbamos habitualmente después de las actuaciones.

Yo necesitaba estar solo. El día había sido demasiado intenso, así que pasé por el hotel a buscar mis cosas, tomé un taxi y me fui para Núñez.

En Cabildo, casi General Paz, encontré una pizzería que estaba abierta y con poca gente: terminé la noche comiendo pizza y leyendo Crónica.

No estaba triste. Me sentía relajado, sensibilizado por tanta emoción; todavía teníamos por delante algunos shows, seguíamos un poco más.

Todo indicaba un largo adiós. 

 


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