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Desastre electoral genera cimbronazo en Frente de Todos

Los adversos resultados desembocarán en modificaciones cuya profundidad y velocidad eran discutidas en reuniones de madrugada por los principales socios de la coalición que lideran Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa

Los rumores sobre los cambios en el Gobierno habían empezado a correr desde el año pasado, con la primera carta de Cristina Kirchner en referencia a “los funcionarios que no funcionan”.

“Es un desastre”. Con esa frase, un importante funcionario de la Casa Rosada resumía anoche, en un búnker electoral de ánimos sombríos, las perspectivas del Gobierno en plena crisis política derivada del fuerte golpe que representó para el Frente de Todos la estrepitosa derrota de ayer en las PASO. A partir de ahora, en el oficialismo dan por sentado que habrá una redistribución de poder interna y un viraje profundo en la gestión, con cambios de nombres en el Gabinete y una reorientación del rumbo en distintas áreas, especialmente en el económico. 

 

Estos factores se discutían por la madrugada en la quinta de Olivos y en el Complejo C, mientras reinaba la incertidumbre sobre la continuidad del entorno de Alberto Fernández, fuertemente cuestionado por el kirchnerismo.

Durante las semanas previas a la elección reinó la cautela en el Gobierno. Algunas de las encuestadoras le daban al Frente de Todos cinco puntos de diferencia por sobre Juntos por el Cambio, en el mejor escenario. Pero la coalición oficialista se ilusionaba con imponerse aunque fuera “por un punto”, según repetían en varios despachos de la Casa Rosada. Finalmente, la ventaja que deseaban se materializó de manera inversa. 

 

La fuerza de Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta se impuso en casi todas las provincias, inclusive en aquellas donde gobierna el peronismo. El resultado total se tradujo en una derrota calamitosa cuyos niveles de castigo no se esperaban.

 

 

“Por las dudas”

El sábado, en el Complejo C de Chacarita se habían montado dos escenarios. Uno se ubicó en el interior del edificio, a donde sólo podrían ingresar los invitados de una lista selecta conformada por funcionarios y dirigentes. El otro se posicionó en la calle, en la esquina de Corrientes y Dorrego, “por las dudas”, según describió un vocero. Las “dudas” eran sobre los resultados. Si perdían, los principales dirigentes se quedarían dentro del centro cultural donde se montó el búnker de campaña. Si ganaban, festejarían de cara a la militancia. Ocurrió lo segundo.

 

 

 

Después de algunas horas de optimismo durante la tarde por los primeros bocas de urna que les daban una ventaja de hasta siete puntos, pasadas las 21 el panorama se revirtió para el Gobierno cuando se conocieron los primeros números oficiales. Pasadas las 22, los guarismos negativos ya eran imposibles de ignorar como definitivos, por el avance del escrutinio en todo el país. 

 

Las cabezas de la coalición y los candidatos debieron salir a enfrentar a cientos de referentes nacionales y distritales que los esperaban con semblantes graves en el salón principal del centro cultural, con los barbijos puestos, sentados en sillas con distancia social.

 

 

El único socio de la coalición que habló ante el público y ante las cámaras fue Alberto Fernández, quien admitió que ocurrieron “errores que no debieron haberse cometido” y llamó a la militancia a pelear de cara a noviembre para dar vuelta una elección muy complicada. Lo rodeaban, en silencio, la vicepresidenta Cristina Kirchner, el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, el gobernador Axel Kicillof y los candidatos de la provincia, Victoria Tolosa Paz, y de la Ciudad, Leandro Santoro. Afuera, el grupo de militantes que agitaba las banderas de Movimiento Evita y Barrios de Pie entre debió conformarse con mirar a sus conductores a través de una pantalla led.

 

 

El fantasma de los cambios

 

En poco menos de una hora, la mayor parte de los dirigentes abandonaron el edificio del Complejo C y el fantasma de los cambios en el Gobierno, que había flotado en los despachos del oficialismo durante los últimos meses pero se había disipado en la euforia de los últimos días de campaña, se manifestó nuevamente, como nunca. Esta vez se instaló en las oficinas del complejo cultural donde hace unos meses se ideó el slogan “La vida que queremos”.

 

Los rumores sobre los cambios en el Gobierno habían empezado a correr desde el año pasado, con la primera carta de Cristina Kirchner en referencia a “los funcionarios que no funcionan”. Al principio, estos diagnósticos habían sido relativizados en la Casa Rosada. Pero hace algunos meses, en los despachos de Balcarce 50 empezaron a admitir que era necesaria una “oxigenación”. Sin embargo, no había certezas sobre la fecha de los cambios y, sobre todo, respecto de los nombres.

 

Las primeras modificaciones en el Gabinete se materializaron a través de las listas de precandidatos. En ese momento, el Presidente consideró como un triunfo la posibilidad de retener al jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, a pesar de los intentos del Instituto Patria por eyectarlo de la Casa Rosada a través de una nominación en la lista bonaerense, con la excusa de que su apellido “medía bien” y de que tenía una buena imagen en el distrito. En realidad, la intención era removerlo para posicionar a alguien con un perfil más adecuado a las exigencias de los sectores que cuestionan a Alberto Fernández.

 

 

Cafiero se quedó, y solo salieron los ministros de Defensa y de Desarrollo Social. La candidatura de Agustín Rossi no estaba prevista, pero él decidió competir en Santa Fe, donde ayer perdió “por goleada” en la interna con Marcelo Lewandowski, que responde a Omar Perotti y tuvo la bendición de Cristina Kirchner para pelear una banca de senador. Mientras tanto, Daniel Arroyo ya tenía previsto correrse del Gobierno, pero no esperaba que lo relegaran al puesto número doce de la lista bonaerense. Los lugares que dejaron vacantes fueron ocupados, respectivamente, por un dirigente del círculo albertista, el intendente de Hurlingham, Juan Zabaleta; y un kirchnerista, el senador Jorge Taiana.

 

En el Gobierno esperaban que un triunfo el domingo 12 les diera mayores posibilidades de mantener el equipo nacional como hasta ahora, aunque fuera hasta noviembre. Aunque descontaban que habría modificaciones, con números a su favor en una elección que el Presidente “se puso al hombro”, creían que podrían negociar los nombres, los tiempos y los modos. Con los guarismos que arrojaron estos comicios, su poder en la pulseada quedó marcadamente disminuido.

 

 

Ayer, en las sombras de la derrota, el Presidente se trasladó con su equipo más cercano a la residencia de Olivos, donde encabezó una hermética reunión para analizar los resultados junto a jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, su secretario de Asuntos Estratégicos, Gustavo Béliz, su vocero, Juan Pablo Biondi, y su secretario general de Presidencia, Julio Vitobello.

Mientras tanto, en el primer piso del búnker del Complejo C, donde los ánimos eran contrarios a los que se habían impuesto durante el día, se quedaron algunos ministros y los armadores electorales de mayor peso del Frente de Todos. Entre ellos, Sergio Massa, Gabriel Katopodis, y los camporistas Máximos Kirchner y Eduardo “Wado” de Pedro. 

El análisis que se hizo en un ambiente de fuerte preocupación atribuyó la derrota, principalmente, a la situación económica. Los dirigentes consideraban que la vacunación “no fue suficiente” para convencer a los votantes y se exculpaban al remarcar que se cumplieron los pronósticos de los papers que elaboraron en la Casa Rosada en el último tiempo donde se advertía que los oficialismos, en pandemia, perdieron las elecciones “en todo el mundo”.

Sin embargo, las lecturas en el kirchnerismo aún eran inciertas y se esperaban críticas más fuertes contra la gestión nacional. La mayor duda, anoche, era sobre el efecto que el cimbronazo de las PASO tendrá sobre el Gabinete y sobre el equipo más cercano al presidente Alberto Fernández. Las figuras de los funcionarios de su círculo íntimo se habían tambaleado en las últimas semanas, por la ola de cuestionamientos que llegaron desde el kirchnerismo por los errores de comunicación del Presidente y, especialmente, por la filtración de las fotos del festejo en Olivos durante la cuarentena y el manejo oficial de ese escándalo. Estas críticas se sumaron a las miradas negativas sobre el rumbo de la economía.

 

 

Aunque los resultados de las conversaciones eran un misterio, anoche, tarde, un funcionario que partía del edificio de Chacarita rumbo a su casa, cabizbajo, creía que la magnitud de la elección de hoy será proporcional a la velocidad y la profundidad de los cambios en el Gabinete. Después de la derrota, daba por sentado que esta elección representará inexorablemente un reordenamiento en la Casa Rosada y los ministerios más relevantes.

 

 

Muchos funcionarios miraban con preocupación al ministro de Economía, Martín Guzmán, uno de los funcionarios más cuestionados durante el kirchnerismo, que protagonizó fuertes cruces con el Instituto Patria por las diferencias sobre la administración de los fondos públicos en la crisis. La pelea más evidente se manifestó en los porcentajes de aumento de las tarifas, hace algunos meses. Aunque esa puja se inclinó a favor de Cristina Kirchner, desde entonces Guzmán empezó a ser evaluado por muchos como “el ministro de la deuda”, una fórmula utilizada para minimizar su labor y cuestionarla.

 

 

El Presidente lo defendió hasta último momento y aún no había respuestas en su entorno sobre lo que ocurrirá a partir de hoy en la cartera económica. Pero una de las grandes incógnitas en el Gobierno giraba en torno a su continuidad. Guzmán había tenido el visto bueno de Cristina Kirchner en los primeros meses de gobierno, y en especial después del pacto con los acreedores. Pero su figura se debilitó a partir de políticas que muchos consideraron excesivamente orientadas a favorecer un acuerdo con el FMI.

En este contexto, las especulaciones de varios funcionarios coincidían en que la figura de Sergio Massa se fortalecerá en los días venideros.

 

El líder del Frente Renovador, quien ayer le dio un beso y un abrazo de contención, en pleno escenario, a Alberto Fernández, mientras Cristina Kirchner dejaba la escena, silenciosa, viene construyendo un perfil conciliador, y funciona como “pivot” en la coalición de gobierno. Mantiene una aceitada relación tanto con el primer mandatario, como con el jefe del interbloque oficialista, Máximo Kirchner. Y busca posicionarse como uno de los referentes acuerdistas con la oposición. Quizá, apuntan en el Frente de Todos, de cara a su proyecto presidencial.

 

 

La semana pasada, en el Gobierno venían preparando una serie de actividades para el Presidente después de una elección que, confiaban, lo fortalecería. “Vamos a tener un acto fuerte por día”, describían sobre su agenda post-PASO hacia las generales. 

 

 

La derrota de ayer trastocó todos los planes y ahora el oficialismo, a contramano de las intenciones de Alberto Fernández, se prepara para barajar y dar de nuevo. La mirada está puesta en noviembre pero, sobre todo, en los próximos dos años de gestión frente a las presidenciales de 2023, donde el Frente de Todos se juega su continuidad al frente de la Nación.


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