Procesando. Por favor aguarde...
Tras un extenso y agotador proceso electoral, que sumió al país en la incertidumbre política y económica, los candidatos presidenciales Sergio Massa y Javier Milei se enfrentarán este domingo en un balotaje del que surgirá el próximo presidente argentino. La decisión estará en manos de un electorado dividido en tercios: uno apoya al candidato oficialista, otro alimenta las chances del postulante opositor y el tercero, compuesto por votantes que eligieron antes otras opciones, es el que definirá la elección. Dentro de este segmento, el comportamiento de un grupo de indecisos que decidirá a último momento tendrá influencia directa en el resultado de la compulsa.
Hasta anoche todavía sobrevolaba en ambos búnkeres de campaña un clima enrarecido e incierto, originado en buena medida en el número de indecisos que, según las encuestas, pronosticaba un resultado parejo, a pesar de que los estrategas de los dos candidatos reconocían este fin de semana una leve ventaja en favor de Milei. Sin embargo, tanto en La Libertad Avanza como en Unión por la Patria optaron por la cautela.
Massa y Milei llegan a este balotaje -el segundo después del único antecedente que registra la historia, el del 2015, entre Mauricio Macri y Daniel Scioli- casi un mes después de la sorpresiva victoria del ministro de Economía, que en las generales de octubre cortó la inercia triunfal del candidato libertario de las primarias: según el escrutinio definitivo, el candidato de UP se impuso con el 36,7% -9,6 millones de votos- frente al 29,9% de Milei -cosechó 7,8 millones de votos-.
En tercer lugar, Juntos por el Cambio, con Patricia Bullrich como candidata, coronó otra de las sorpresas de la primera vuelta con una frustrante performance que redondeó el 23,83% de los votos -6,2 millones de personas.
Desde entonces, Massa siguió adelante con su estrategia personalista, centrada exclusivamente en su figura, despojado premeditadamente de cualquier insignia kirchnerista y desmarcado, como pudo -¿pudo?-, de la severa crisis económica, mientras que el diputado de LLA tardó solo 48 horas en sellar un acuerdo electoral con Macri, que se apoderó de la campaña libertaria hasta militarla con insistencia a través de los medios.
En las últimas semanas, en ambos equipos de campaña siguieron con especial interés la evolución del comportamiento electoral de los votantes de los distritos que definirán el balotaje, entre ellos la provincia de Buenos Aires -en particular, el conurbano-, Santa Fe, Córdoba y la ciudad de Buenos Aires.
En el caso de Córdoba -es la segunda provincia con mayor peso detrás de Buenos Aires-, la disputa se focaliza en el 6,73% obtenido por Juan Schiaretti -1,7 millones de votos-. De ese reparto depende parte del resultado. Fue el distrito que le dio a Macri la victoria en el 2015, con más del 70% de las adhesiones.
Milei intentó seducir a ese electorado el jueves, en su acto de cierre de campaña, con una sorpresa que, según confiaron, hasta el propio Macri desconocía -trascendió que no le cayó del todo bien-: la participación de Bullrich en el escenario.
En paralelo, en el último mes de campaña, Massa se dedicó a apuntalar su convocatoria de “gobierno de unidad nacional”, ayudado por parte del radicalismo, encabezado por Gerardo Morales. Para eso, el ministro hizo circular nombres de dirigentes. Apunta, en ese sentido, a captar al electorado opositor que en las primarias optó por Horacio Rodríguez Larreta, a parte de los votantes del radicalismo y del peronismo no kirchnerista.
Massa no tuvo, desde semanas antes de las PASO -es decir, durante toda la campaña- ninguna aparición pública con Cristina Kirchner, y las alusiones al kirchnerismo o a La Cámpora, la agrupación fundada por Máximo Kirchner, fueron casi nulas. Es más: desde el propio entorno de la Vicepresidenta aseguraron, estratégicamente, que, de ganar el ministro, la ex presidenta no tendrá ninguna injerencia en un eventual gobierno massista.
El líder del Frente Renovador aspira no solo a ser Presidente -será, tras la fallida experiencia del 2015, la segunda vez que lo intente-. Quiere ser el nuevo conductor del peronismo, y terminar con la hegemonía K de estas dos décadas. Cuando se reconcilió con la ex presidenta en el 2019, le adelantó que, desde ese momento, trabajaría para ser “jefe”. Desde entonces, se preparó a tiempo completo: amplió su capacidad operativa, robusteció su agenda en el sindicalismo, el empresariado, la política y la Justicia.
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