Procesando. Por favor aguarde...
El domingo electoral no nos trajo ninguna sorpresa. Esto puede significar quizás una buena noticia para los oficialismos, aunque siempre lo importante es determinar si fue bueno o no para la gente. Para quienes pensamos que Tierra del Fuego necesita una transformación profunda, tanto en el plano institucional como en la proyección de la isla y en su administración, el resultado no fue para nada positivo. Por Natalia Jañez*
Sin embargo, hay algo aún más importante que el resultado: cómo se llegó a este desenlace electoral. Primero los datos: la diferencia entre el primero y los candidatos divididos de la oposición fue de más de 40 puntos para la opción que más votos sacó, y de más de 45 para la que encabezó el senador nacional Pablo Blanco.
En el tramo legislativo provincial el gran protagonista fue el voto en blanco que obtuvo el segundo lugar. El saldo para JxC fue cero: no obtuvo ningún legislador provincial. En el tramo municipal, si bien no se ganó ningún ejecutivo al menos se consiguieron dos bancas.
Desde luego no desconocemos que obtener un ejecutivo por más del 50% de los votos indica a simple vista que hay partes del gobierno que la ciudadanía está conceptuando como positivos. Es decir, que la gestión tiene consolidados ciertos índices de aprobación. Sin embargo, en nuestro caso, no es solamente esto lo que explica el resultado.
¿Cuál fue el dato más relevante de la oposición? La división. Lo más importante que generó la oposición para esta elección fue dividirse a sí misma. Anotemos bien esto: no fue un error forzado, sino que la oposición le regaló al oficialismo de Melella dividirse y garantizarle de esta manera un amplio triunfo. No hizo falta que el peronismo provincial metiera la cuña: los dirigentes opositores solitos fueron por el desfiladero.
Con esto no quiero decir que la unidad es un objetivo político, todos tenemos en claro que se trata de una herramienta. Pero justamente por la solidez que suelen tener los oficialismos es que esa herramienta era más necesaria que nunca. No dividir la oposición era el primer paso para poder encarar la elección. Era necesariamente el kilómetro cero, no la primera ausencia.
¿Había motivaciones reales para esta división? Hasta donde sabemos no, sobre todo porque ambas listas propusieron cosas bastante similares. Políticamente no esgrimieron diferencias respecto de su visión de gobierno para Tierra del Fuego tan profundas como para justificar la composición de dos listas. ¿Dónde nos deja esto? En el peor terreno de la política, casi en el barro podríamos decir: el plano personal. El mundo de los egos inagotables que trabajan para sí mismos en vez de para el colectivo.
Algunos señalamos esta dinámica y advertimos sobre su posible desenlace, ¿la respuesta? Agresiones y ninguneos. Ante esta situación optamos por dar un paso al costado en el entendimiento de básicamente dos cosas: primero que avalar esto era ir en contra no solamente de nuestras convicciones, sino de lo que los fueguinos nos demandaban con una enorme y obscena claridad. En segundo lugar, significaba dar el visto bueno a una lógica de construcción política que en el fondo está basada en el fracaso del otro.
Los partidos y las coaliciones se deben a las demandas y a las necesidades de la gente, no a las exigencias de los dirigentes. Si no tenemos esto en claro no estamos entendiendo el ABC de la política. Ahora, esta claridad no puede ser solamente de palabra, de discurso, tiene que expresarse en acciones concretas y en estrategias palpables. En esta coyuntura electoral se demandaba una lista única.
Lista que desde el comienzo, ciertos sectores se empeñaron en boicotear solamente para alimentar diferencias personales. Cualquiera que piense que la división fue resultado de la providencia se equivoca profundamente: en política sólo existen las causalidades, no las casualidades.
Más preocupante aún es que los dirigentes que orquestaron esto basan su modalidad de sumatoria política en curiosos procesos de resta. ¿Cómo es esto? Teniendo en cuenta que la representatividad política es algo que se construye a través de las demandas sociales, cada vez que un dirigente solamente tiene en cuenta su plano personal, lo que hace es desnaturalizar la finalidad misma de las organizaciones partidarias y del fenómeno representativo. ¿Por qué? Simplemente porque impide la necesaria identificación entre lo que el votante quiere y lo que el político debe expresar públicamente.
Cuando en la política está excluida la gente, lo único que queda es la forma oligárquica y la forma oligárquica siempre resta. En la lógica de esta política que solamente tiene como destinatario a la política misma, los dirigentes piensan y operan solamente respecto de sus propias conveniencias olvidando que el sentido de su acción está siempre en la sociedad y no en las relaciones que teje con otros dirigentes para sostenerse en los cargos. En esta dinámica todas las decisiones que toman los dirigentes restan: les restan a ellos, les restan a sus partidos y les restan a la sociedad en general porque deprimen la representación política. Solamente les suma a sí mismos en el engaño de creer que la posición que obtuvieron en la rosca expresa alguna preferencia que no sea la de ellos mismos. Es una mentalidad muy de termo que se ha instalado profundamente en ciertos sectores de la oposición.
Cuando nos referimos a construir sobre el fracaso del otro, nos estamos refiriendo a ese proceso que solamente les suma a los mismos de siempre, pero le resta a la oposición como conjunto y a la sociedad porque es a ella a quien le debemos la construcción de una alternativa sólida y con programa, con aspiraciones de gobierno y sobre todo con ambición de futuro. Achicar la oposición para que solamente entren los dos o tres de siempre tuvo y va a seguir teniendo como resultado la derrota: esta elección solo es una prueba más en un amplio muestrario.
Si la apuesta es por una dinámica de minoría, es muy obvio que el resultado va a ser siempre por definición también de minoría. Hay que romper con ese narcisismo de la derrota. Tenemos que construir aspiraciones de mayoría, y para esto tenemos que empezar por entender que necesitamos sumar y ampliar, en vez de restar y achicar.
Hay que salir de la comodidad de las bancas y empezar a disputar en serio los ejecutivos: los municipales y el provincial. Sin ambición de gestionar y de darle soluciones a la gente, no vamos a reformular la oposición. Los mismos de siempre solamente han logrado proyectar un partido legislativo: nosotros queremos una oposición con ambición de poder. Con ambición de gobernar, con la certeza de que podemos hacer un gobierno mejor.
Nuestro proyecto tiene ese norte claro y meridiano. Esa es nuestra convocatoria. Dimos un primer gesto sabiendo que la renovación política que necesitamos también lleva su maduración. Sin embargo, en los procesos por venir nuestra posición será otra. ¿Hasta cuándo sino tendremos que soportar esto?
*Natalia Jañez. Dirigente de la UCR Nacional y Coordinadora del Instituto Lebensohn filial Tierra del Fuego.
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