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Por el American Kennel Club

El Dogo Argentino fue reconocido como una raza pura

Tras un arduo y tedioso camino por parte de criaderos de perros, el Dogo Argentino fue nombrado como la nueva raza pura reconocida en el American Kennel Club. Se trata del registro canino más grande de perros de raza pura en Estados Unidos y es la única organización de este tipo y sin fines de lucro.

Tras un arduo y tedioso camino por parte de criaderos de perros, el Dogo Argentino fue nombrado como la nueva raza pura reconocida en el American Kennel Club.

En 1964, la Federación Cinológica de Argentina y la Sociedad Rural Argentina reconocieron al Dogo Argentino como una raza canina. Casi diez años después (el 31 de julio de 1973), la Sociedad Canina Argentina, miembro de la Fédération Cynologique Internationale (FCI), reconoció al Dogo Argentino. Hoy, tras un arduo y tedioso camino por parte de criaderos de perros, el Dogo Argentino fue nombrado como la nueva raza pura reconocida en el American Kennel Club.

Visto desde lejos, el Dogo Argentino camina lleno de orgullo y es la pura imagen, con su color completamente blanco, de la fuerza en su máximo grado. A medida que el Dogo Argentino se va acercando, su postura rígida y su cara gruñona le dan un aire de determinación y coraje combinados con «un poder explosivo difícil de contener». Desde unos pocos pasos de distancia se aprecia su clara musculatura a través del pelaje corto y blanco de esta raza. Este físico extraordinariamente musculoso y su marcha lenta y de pasos largos transmiten una confianza que rara vez se ve en el mundo canino. Saltando con elegancia y encima de usted y mirándole a los ojos, el Dogo Argentino sisea con una aparente satisfacción, sonríe satisfecho al verle y a continuación le limpia la cara con la lengua. Ésta es la paradoja del Dogo Argentino: un perro que posee una fuerza inflexible y la cordialidad más amable y cariñosa.

Puede que siempre se discuta la ética de la creación de un «superhombre», ya que la humanidad se fija en las historias de los dioses griegos y en los superhéroes de las historietas. De todas formas, en el mundo canino se le permite al hombre ejercer el papel de dios y de esta forma hemos obtenido los estándares de las razas, mediante los cuales comparamos a todos los perros. A veces, la manipulación genética del mejor amigo del hombre se ha limitado a objetivos como la vanidad o el aspecto. De todas formas, y con mayor frecuencia, los estándares exigen el carácter práctico y la utilidad para el hombre. Antes de comprender al Dogo Argentino debemos conocer el trasfondo de la creación de la raza.

 

La supervivencia del hombre

 

La realidad de nuestro mundo es que son los más fuertes los que sobreviven. El hombre ha tenido bastante éxito (hasta el momento) en cuanto a su supervivencia, ya que cuenta con recursos para luchar contra los elementos y los enemigos que le rodean. Frecuentemente, su inventiva se extiende hasta la utilización de otros para lograr sus objetivos. Aquí es donde entra en juego el Dogo Argentino (entre otros). Antes de poder comprender a esta raza debemos entender su utilidad para el hombre.

En muchas zonas del mundo, el deseo de vivir del hombre se ha visto impedido por animales salvajes de gran tamaño, fuerza y velocidad. En Europa, por ejemplo, las granjas son susceptibles de sufrir ataques por parte de jabalíes. Parece que las vallas, el alambre de espino o cualquier otro tipo de barricadas no pueden evitar que los jabalíes se alimenten de las plantas cultivadas por el hombre para su propio consumo y el de los animales domésticos. (Si considera que no sólo de pan vive el hombre, tenga en cuenta que el gran viticultor alemán Egon Müller perdió casi por completo su cosecha de 1996 por culpa de los jabalíes, que devoraron sus excelentes uvas de tipo Riesling a pesar de las vallas eléctricas que instaló para detenerles). Estos enormes animales son responsables no sólo de daños en las cosechas, sino también por segar las vidas de corderos y terneros, así como otros animales y personas.

En Sudamérica también está presente el jabalí. Se trata de una mezcla entre el jabalí ruso y los cerdos salvajes que pesan entre 180 y 270 kg. Son el resultado de los jabalíes rusos negros y los europeos que habían estado presentes en ese continente desde principios del siglo XX. En Argentina concretamente, el jabalí ha podido multiplicarse debido a varias razones. Puede pacer a lo largo y ancho de las pampas (praderas con mucha vegetación) que le ofrecen una fuente natural e ilimitada de alimentos. Además, se reproducen con una rapidez inusitada porque el clima subtropical permite que las cerdas tengan dos camadas al año, de entre 5 a 10 lechones cada una. Añádase a esto el hecho de que no tiene depredadores naturales (incluso ni el puma ni el jaguar pueden competir con esta bestia de 200 kg) y podrá comenzar a comprender el problema al que se han tenido que enfrentar los granjeros argentinos durante el siglo XX.

Los granjeros no utilizaban la pólvora para combatir a estos agresivos jabalíes ni a otros azotes como el puma y el jaguar. En lugar de eso lo hacían al estilo de la montería criolla, una forma de caza argentina arraigada en la cultura, inspirada en la idea del gaucho de que la presa debía disponer de una oportunidad para defenderse durante la caza, una ventaja que fuera igual a la de los cazadores. Esto procedía de las cacerías medievales de jabalíes que llevaba a cabo la aristocracia europea, en las que grandes jaurías de perros y nobles a caballo y armados con lanzas perseguían y daban caza a los jabalíes. La montería utiliza una jauría de perros que localiza, persigue, coge y apresa al jabalí hasta que llegan los hombres y lo matan con un machete. La montería sigue siendo una tradición respetada en Argentina. Hasta la actualidad, cualquiera que cace jabalíes con un arma de fuego es considerado como un cazador cobarde y de segunda categoría.

 

Se busca un «superperro»

 

Para que la montería tuviera éxito, los hombres necesitaban perros adecuados para llevar a cabo esta tarea. De hecho, los perros aptos eran cruciales no sólo para una cacería provechosa, sino para que ésta no registrara bajas humanas. Los perros debían poseer una gran habilidad para localizar al jabalí (ya fuera captando las partículas odoríferas en el aire o rastreando), ser muy veloces para así perseguir a este rápido animal, una enorme valentía para acercarse a él, una fuerza innata para atacarle y superarle y una tenacidad implacable para tenerle apresado hasta que llegaran los cazadores. Además de estas habilidades hercúleas, los perros debían ser bastante inteligentes, ser adiestrables, estar concentrados en la cacería y ser capaces de llevarse bien con otros perros. Son muchas exigencias para el perro normal y corriente.

Al principio se cogía a los perros más agresivos, veloces y fuertes para la montería. Frecuentemente se trataba de perros cruzados, y lo ideal es que fueran del linaje del Perro de Pelea de Córdoba: una combinación entre el Mastiff, el Bull Terrier y el Bulldog. Tal y como muy bien podrá imaginar, se podían encontrar muy pocos perros que estuvieran a la altura de esta empresa. Incluso el feroz Perro de Pelea, de Córdoba (Argentina), a pesar de su gran valentía y fuerza, no reunía las condiciones ideales para la montería, principalmente porque era casi imposible que estos perros pudieran trabajar juntos.

 

Misión para un hombre

 

La montería era un estilo valiente e ideal de defender las tierras del jabalí y de otros animales salvajes. Desgraciadamente, sin los perros idóneos, no se trataba de una tarea muy exitosa. Hubo un hombre que estaba determinado a crear al compañero ideal del hombre para la montería, se trataba de un joven llamado Dr. Antonio Nores Martínez. En los años veinte, a la edad de dieciocho años, Antonio (que más tarde se convertiría en el Dr. Nores) se propuso crear al «superperro» que tanta falta hacía para la caza de los jabalíes. Con la ayuda de su hermano Agustín comenzó teniendo como base al Perro de Pelea de Córdoba. Este perro cruzado, valiente y agresivo, ostentaba el récord en las pistas de pelea, donde luchaba hasta la muerte. Esta tenacidad era necesaria cuando se trataba de enfrentarse a los jabalíes de hasta 270 kg. De todas formas, Antonio tenía experiencia en la utilización de estos perros en las cacerías y sabía que lucharían entre sí más que perseguir al jabalí. También quería un perro que fuera un honorable compañero familiar y un guardián, así que tuvo que añadirse otra raza a esta tarea que el propio Antonio se asignó. Una a una se añadieron diferentes razas al programa, mientras los hermanos Nores trataban de obtener al superperro ideal.

Con el Perro de Pelea de Córdoba, Antonio y Agustín desarrollaron una fórmula. Primero introdujeron al Pointer, famoso por su olfato (el elemento más básico que se necesita para seguir el rastro del jabalí y de otros animales de caza). A continuación vino el Boxer, que proporcionó las tan necesarias vivacidad y destreza para la caza, además de la docilidad deseable que esperaba conseguir Antonio para este compañero familiar. A continuación se añadió el Dogo Alemán para que aumentara el tamaño y el Bull Terrier para transmitirle valentía, agilidad y agresividad. El antiguo Bulldog (que nada tiene que ver con el perro que vemos actualmente en los certámenes caninos) le conferiría rasgos importantes de la personalidad como la audacia, la obediencia y la tenacidad, además de rasgos físicos entre los que se incluyen su tórax amplio y ancho y sus fortísimas mandíbulas. El Irish Wolfhound era famoso por ser un cazador instintivo de piezas de caza salvajes y, así pues, hizo una contribución ideal. El Dogo de Burdeos aportaría una gran e implacable fuerza mandibular, además de fuerza y una buena estructura muscular. El Montaña de los Pirineos se añadió por su vigor y por su pelaje denso y blanco. Por último el Mastín Español le conferiría al superperro fuerza bruta, un aspecto imponente y amenazador y los labios grandes  sueltos necesarios para permitir que el perro respirara por los lados de la boca mientras sujetaba a la presa.

 

Dogo Argentino

 

Los hermanos iniciaron su programa de cría en 1925, mientras todavía iban a la escuela, en Córdoba (Argentina) con diez hembras de Perro de Pelea de Córdoba y con un presupuesto que a duras penas alcanzaba para alimentarlas. Su padre les ayudó contratando a un perrero para que cuidara de los animales mientras los muchachos asistían a la escuela. Los amigos de la familia donaron alimentos para los perros. En primer lugar se introdujeron machos de Pointer hasta que los primeros cachorros mostraron ser prometedores respecto al objetivo de Antonio. A continuación se fue introduciendo cada una de las otras razas cuidadosamente. Antonio tenía una idea muy definida de lo que quería y redactó el estándar de perfección de la raza en 1928. Pasaron muchos años con el laborioso programa para conseguir el objetivo casi imposible de crear el superperro argentino. Tristemente, Antonio no vivió lo suficiente para ver su creación, ya que lo mató un ladrón durante una cacería de jabalíes en 1956.

Su hermano menor Agustín continuó con su programa para añadir nueva sangre a la raza siguiendo la fórmula original y teniendo la misma convicción y precisión que su hermano Antonio. Trasladó la sede de su criadero a Esquel, en la Patagonia (al sur de Argentina) y continuó tratando de alcanzar el sueño de su hermano mientras trabajaba como embajador argentino en Canadá. Esta profesión resultó ser ideal, ya que requería viajes al extranjero, lo que le proporcionó a Agustín la oportunidad de difundir al Dogo Argentino por todo el mundo. Los cazadores de piezas de caza mayor de toda Sudamérica ya estaban utilizando a los Dogos Argentinos para las cacerías de jabalíes y de pumas. Pronto, la leyenda del superperro se extendió por todo el mundo, en especial por Norteamérica y Europa.

Finalmente, en 1964, la Federación Cinológica de Argentina y la Sociedad Rural Argentina reconocieron al Dogo Argentino como una raza canina. Casi diez años después (el 31 de julio de 1973), la Sociedad Canina Argentina, miembro de la Fédération Cynologique Internationale (FCI), reconoció al Dogo Argentino.

 

El American Kennel Club

 

El American Kennel Club es una organización nacida en 1884 de la mano de los ingleses interesados -y preocupados- por la belleza de sus mascotas caninas, la pasión por los perros se expandió en el mundo instalando un cede en Estados Unidos que hoy cumple 130 años. Es la organización más influyente a nivel mundial y registrar una raza no es tarea sencilla.

El trámite puede durar años: primero tiene que haber al menos 300 animales de la raza en más de 20 Estados, luego tiene que existir un "Club Nacional de Razas" (compuesto por criadores y dueños) y por último, debe competir en la Clase Miscelánea. Una vez cumplidos todos estos requisitos, la junta directiva puede tardar hasta tres años hasta otorgar el reconocimiento por completo.

Sin embargo, este martes desde la página oficial anunciaron que el Dogo Argentino- junto al Barbet- fueron reconocidos e incorporados a la lista de razas pura, sumando así, 195 razas registradas. Criado por primera vez en 1928, se desarrolló en la Argentina principalmente con el objetivo de la caza de jabalís pero aún así, se lo consideró desde siempre como un compañero protector del humano.

"Los dogos no son para propietarios inexpertos. Son poderosos, atléticos y tienen fuertes instintos de protección. Tienden a ser muy protectores y territoriales", explicó el comunicado oficial de AKC tras dar la novedad.

 

 

 

 


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